Crónicas de Guadalajara



Fuente: ideario.mx

Autor:

Eduardo González Velázquez
Historiador, cronista, analista político y profesor investigador del Tecnológico de Monterrey.



Vía Recreactiva: asalto bicicletero de las vialidades






Varias horas antes de que suene el despertador dominguero se comienza a preparar lo necesario para rodar desde temprano a través de varios de los 62.5 kilómetros que tiene la Vía Recreactiva del Área Metropolitana de Guadalajara. El casco, el agua, el candado, por si fuese necesario dejar estacionada la bicicleta a lo largo de la jornada, una fruta, quizá una barra energética, ropa cómoda, el celular con el tope máximo de batería y la suficiente música descargada para la rodada. Se pasa lista a lo necesario desde la noche del sábado. Por su puesto, muchos participarán del recorrido sin atender con anterioridad el ritual mencionado. Simplemente, antes o después de desayunar decidirán treparse a la bicicleta y pedalear sin un destino fijo. “Yo le doy como hasta las doce, hasta donde llegue, de ahí me regreso para que no me quiten la Vía”, menciona un bicicletero que comienza su camino en el parque Metropolitano. Otros más pedalean desde ese parque hasta la UNIVA y de regreso.
La Vía (como muchos la nombran) se inauguró el domingo 12 de septiembre del 2004. Al inicio contaba con un tramo de once kilómetros de Tetlán a los Arcos en avenida Vallarta, con un horario de 8 de la mañana a doce del día. Al tiempo, la creciente demanda obligó a las autoridades a desbordar la territorialidad ciclista dominguera, por lo cual, hoy tiene poco más de sesenta kilómetros en las principales vialidades de los municipios de Zapopan, Guadalajara, Tlaquepaque, Tonalá y Tlajomulco, con el horario ampliado hasta las dos de la tarde. El proyecto está inspirado en el modelo colombiano puesto en marcha en Bogotá desde los años setenta del siglo pasado.
En promedio, cada domingo 180 mil personas hacen suyo el territorio ciudadanizado de la Vía. Ya sea en baika, en patines, patineta, patín del diablo o caminando; solos o acompañados; con o sin mascotas, a lo largo de tres lustros hemos recuperado, aprehendido y defendido esa geografía vial dominical, que entre semana se vuelve casi inexpugnable para andarla utilizando medios no motorizados.
Durante el mes de febrero las mañanas tapatías registran bajas temperaturas, pero a medida que avanzan las horas el sol gana terreno, aunque los fríos vientos no desaparecen. El domingo hay encuentros con la ciudad, con sus habitantes, con los rincones tapatíos que vamos descubriendo a pesar de habitar estos lares hace ya mucho tiempo. Apreciemos la ciudad, reconocemos sus edificios, sus parques, sus rincones que pasan desapercibidos frente a nuestra vista en el trajín cotidiano.
Desde la Minerva hasta el barrio de San Andrés recorriendo las avenidas Vallarta y Javier Mina, el camino va mostrando las Guadalajaras por las que circulan las birulas dominicales. El trayecto por una parte de la Parla Tapatía nos lleva desde la ciudad provista de todos los servicios y una infraestructura urbana amplia y funcional; hasta los espacios barriales carentes de varios servicios, aunque con una mayor superficie arbolada.
“El combo incluye una torta ahogada y dos tacos dorados por 45 pesos”, me ofrece la dueña de “La 72”. Imposible resistirme luego de haber pedaleado desde el parque Metropolitano hasta la esquina de la 72 y Javier Mina. Con la esperanza de que regrese en la semana, la dueña me comenta mientras me entrega mi plato: “los viernes estamos vendiendo tortas de camarón”. El puesto provisto de tres mesas y dos sillas, despacha 80 tortas cada día y los domingos entre 100 y 150. No cabe duda que la activación económica el día de la Vía es una realidad, “por eso no entiendo la negativa a permitir que la gente venda diferentes productos durante la jornada”, me comenta Carlos al tiempo que devora un combo como el mío y busca entre sus triques una llave para auxiliar a un niño que mira la cadena de su bicla fuera de las estrellas. La Vía sigue desprovista no solo de manifestaciones políticas y partidistas, sino de actividades comerciales, aunque si se montan talleres de bicicletas con o sin toldo junto a las estaciones de servicio ofrecidas por el municipio.
Las formas y estilos de las bicicletas parecen no tener fin. Muchos de los atuendos usados también. Algunos llevan su música en la espalda o colgada del manubrio, se miran las bocinas, yo no las grabadoras ochenteras. La cantidad de mascotas que los acompañan va en aumento. Las dinámicas y las activaciones deportivas que realizan los ayuntamientos también.
Hacemos muchas cosas. A lo largo de la jornada salen imprevistos, situaciones que debemos atender, comenta Malitzin Negrete Pimienta, directora de la VíaRecreactiva en Guadalajara, al pie del centro operativo en la explanada sur del parque Rojo. Sin dejar de atender los requerimientos de su responsabilidad, nos hace un recuento histórico de la Vía y explica el programa llamado Ciclotour que ofrece a los usuarios un recorrido guiado por monumentos de la ciudad, sitios de interés y la visita a un museo durante dos horas y media iniciando a las 10:30 y concluyendo a la una de la tarde. Para ello, son utilizadas las bicis que anteriormente se ofrecían en préstamo, y que, debido al alto costo de su mantenimiento, se ha suspendido, nos explica la directora. La organización de la Vía recae en 110 trabajadores y 500 prestadores de servicio social dispuestos en los cruceros. “El trajín de la montada comienza desde las seis de la mañana”, afirma Malitzin.
El espacio es seguro, sin negar que eventualmente suceden eventos de violencia como el robo de bicicletas que son dejadas a fuera de algún establecimiento sin la seguridad necesaria.
Sin importar el origen geográfico de los usuarios, la mayor concentración de las ciclas va de la Minerva a la avenida 16 de septiembre. En el parque rojo están dispuestos dos toldos que hacen las veces de aduana sanitaria donde toman la temperatura y colocan gel antibacterial, el otro filtro se encuentra en el polideportivo de San Andrés, al oriente de la ciudad.
Es clara la baja presencia de las mujeres en la rodada dominical. La principal razón que mencionan para no pedalear en la Vía es la “seguridad, el acoso, no nos sentimos tan seguras”, comenta un grupo de mujeres. La seguridad de las mujeres es una tarea de urgente atención y resolución por parte de las autoridades.
El nombre de la Vía tiene mucho sentido, comenta su directora, porque “recrea y activa a la gente”. Luego de pedalear en mi rila 32 kilómetros y quemar las calorías que me aportaron los tacos dorados y la torta ahogada de “La 72”, no tengo duda de la afirmación de Mali; como tampoco puedo dejar de reconocer la naturaleza tolerante, incluyente y democrática de la Vía Recreativa.




Librerías de uso en Guadalajara





Se miran por doquier: miles de libros dispuestos en decenas de anaqueles que muestran el inexorable paso del tiempo, torres de papel que despuntan desde el piso y en muchos casos alcanzan el techo, montones de títulos de todos los géneros y temas apilados sobre mostradores, sillas, banquillos y cualquier objeto que sirva para tener a la vista los libros usados que se venden en al menos dos docenas de librerías de ese tipo en el centro histórico de Guadalajara.
“Para encontrar buenos y baratos libros debes venir al centro”, afirma un entusiasta y compulsivo comprador de estos ejemplares, mientras paga por seis libros que encontró en la librería Cervantes. “Aquí hay de todos los temas, y lo bueno es que si compras varios libros Alberto te hace un descuento”, me comenta al tiempo que coloca su compra en la canastila de su bicicleta. Es momento de ganar tiempo porque la tarde comienza a recorrerse frente al avance de la noche.
La mayoría de las librerías de uso están ubicadas en un polígono que va de poniente a oriente de Enrique Díaz de León a Donato Guerra, y de sur a norte de López Cotilla a Independencia. “Cuando quieres un libro y no lo consigues o lo encuentras nuevo a un precio elevado, lo mejor es venir a López Cotilla, de seguro lo encuentras, y más barato”. Sin duda, ese sigue siendo el gran atractivo de las librerías de uso, ofrecer los títulos que no hemos podido conseguir o para los cuales no hemos tenido el dinero necesario para comprarlos nuevos. “Yo venía por un libro y ya aparté cinco”, dice una poeta, pintora y música de formación arquitecta compradora frecuente del Desván de Don Quijote, mientras muestra los títulos de su preferencia junto a su inseparable guitarra. Sea como sea, estas librerías continúan alimentando el gusto de todo tipo de bibliófilos jaliscienses: desde los coleccionistas, las académicas o quienes simplemente disfrutan de la lectura.
“Aquí abro de lunes a domingo de 10 a 2 y de 4 a 8, solo cierro cuando me enfermo”, comenta Alberto sentado en el umbral de la librería Cervantes que atiende desde hace tres décadas, el mismo tiempo que tengo de visitarla y comprar libros desde mis épocas universitarias en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara cuando estudiaba Historia. “¿Qué cuántos libros tengo?”, Alberto se sorprende con mi pregunta, yo me sorprendo más con su respuesta: “no sé, si quieres puedes contarlos”, me dice, deslizando una pequeña sonrisa y una mirada retadora en dirección de los dos pasillos repletos de papel. Más adelante me confiesa que quizá sean unos 7 mil volúmenes.
Aunque el interés de la gente por los libros no disminuye, “con la pandemia han bajado las ventas”. Incluso, “con la crisis es más lo que vienen a ofrecer que lo que compran”. Es cierto, a mucha gente solo le quedan sus libros para pasar el trago amargo del atorón económico por el coronavirus. “Los libros se compran, se venden o se intercambian”, dice Macario Zamora, dueño del Desván de Don Quijote, una librería con 45 mil volúmenes que adquirió hace treinta años, y que en tres ocasiones ha cambiado de nombre: primero se llamó El Laberinto y luego La Laberinta. Lo que pagan los dueños de la mayoría de las librerías de uso a quienes llegan a ofrecer sus libros va de un tercio a la mitad del valor que tiene el ejemplar nuevo. “Muchas veces compramos cosas que luego no podemos vender, no todos los títulos gustan, cuando eso sucede, mando al kilo muchos libros que solo me ocupan espacio”, remata Alberto. Para Macario Madrigal, dueño de la librería El Búho, la estrategia para deshacerse de los títulos que no gustan mucho, es ponerlos a diez pesos en la mesa de remate, y “a veces ni así salen”, comenta. De hecho, en todas las librerías de uso nos dan la bienvenida las mesas de remate con libros de 10 y 20 pesos.
La noche sigue amenazando con aparecer, al tiempo que la mayoría de los locatarios bajan sus cortinas dejando como mudos testigos del fin de la jornada a las decenas de librerías que son las últimas en cerrar, mientras sus dueños platican con sus amigos y despachan a los últimos clientes escuchando a lo lejos Flor de Azálea.
En la familia ya somos tres generaciones de libreros: mi padre José Madrigal Díaz, que fundó la librería La Fuente y luego la Madrigal en 1938; yo, que fundé la librería El Búho en 1976; y mi hija, Esther Madrigal, me platica Macario dispuesto en su legendaria silla, luego de afirmar “que un buen librero debe tener su propia biblioteca. En mi casa tengo algunos títulos de los cuales no me quiero deshacer”. Desde 1968 don Macario comenzó a ayudarle a su padre, “hoy todavía tengo algunos clientes de aquellos años, pero la mayoría han muerto, a mí me queda poca cuerda”, comenta con resignación, aunque su espigada y fuerte figura indican todo lo contrario.
El Búho se especializa en Ciencias Sociales. Historia y literatura son los temas que más tiene, “porque son los que más busca la gente, sobre todo de historia de Guadalajara”. ¿Qué tan buen negocio es vender libros usados? Le lanzo la pregunta a quemarropa. Sin titubear, afirma: “Si hubiera querido ser rico, hubiera vendido tacos y no libros, pero como no quiero ser rico y tengo el privilegio del gusto por la lectura, estoy en este oficio hace más de cincuenta años”, expresa con orgullo y seguridad.
Muchos clientes pasan a husmear, otros tantos a hojear, los menos solo se asoman desde la banqueta sin ingresar al mundo de los libros usados, la mayoría compra cuando encuentra lo que busca. Al Desván de Don Quijote lo vistan hasta cien personas por día. También están los clientes que solo pasan por los libros encargados, “esos no entran a buscar, solo llaman para pedir y pasan por sus encargos”, dice Alberto. Vienen de todo el estado no solo de Guadalajara, y nos recuerda algunos de sus clientes distinguidos: Carlos Monsiváis, Guillermo Tovar y de Teresa, Ernesto Flores, Guillermo de la Peña, Luis Sandoval Godoy, Raúl Aceves, Carmen Castañeda, Otto Schöndube, Jaime Olveda, Arturo Chamorro, Juan José Doñán.
De una cosa estamos seguros quienes somos asiduos visitantes de las librerías de uso en Guadalajara: solo necesitamos tiempo, un poco de dinero y mucha paciencia para remover pilas de libros y encontrar tesoros que ni siquiera estamos buscando.




Yerberos y cartomancia en los mercados Corona y Libertad





La recomendación me lleva a donde la güera, “la más indicada para leer las cartas, y el tarot”, es la seguridad de la voz que me manda con ella. No solo me dirá mi pasado (que lo conozco bien y del que repelo por algunas cosas que no puedo cambiar), sino que además trazará las pinceladas que traerá mi futuro montado en una sota, un caballo o un rey del mazo que tengo sobre mi mano. Al final de la sesión, las cartas hablan: “yo solo te transmito su significado”, me comenta al concluir su trabajo.
Son nuevos tiempos, así que antes de ingresar al mercado Libertad me toman la temperatura y me ofrecen gel antibacterial por la pandemia de Covid-19. Como ya es costumbre, en todos los establecimientos que visito, el termómetro marca por debajo de los 37 grados centígrados como debe de ser para poder ingresar. El mayor mercado de la ciudad es mejor conocido como San Juan de Dios en referencia a la orden hospitalaria de los juaninos llegados a Guadalajara en el siglo XVI y que ayudaron a la comunidad hasta 1820 cuando fue suprimida su orden, Deambulando entre los pasillos, la multiplicidad de olores, colores, texturas y sabores invaden todos mis sentidos; algunos letreros nos recuerdan que 2021 es el año del buey en el horóscopo chino que comenzará el próximo 12 de febrero y concluirá el 31 de enero de 2022.
En las yerberías se amontonan, sin un orden aparente, plantas para todos los males. “¿Qué va a llevar? ¿Qué necesita? ¿Qué problema tiene?”, todas las preguntas son lanzadas con amabilidad, porque de lo contrario “el cliente se va, y la situación no está para eso”, me dice un joven entusiasta que sacude y acomoda sus productos para “ofrecer un mejor servicio”. Casi frente a su puesto se encuentra una mujer menuda de poco más de sesenta años, quien a la muerte de su padre, se hizo cargo del negocio fundado por su bisabuela. A pregunta expresa, me recomienda con seguridad tres tés para curarme del covid: “tizana de abango, pulmonar y pulmonaria, con cualquiera de estos te curas, no necesitas la vacuna”, me dice con seriedad, aunque no deja de recomendarme el “tapabocas” y la sana distancia. También reconoce la necesidad de salir a trabajar: “de eso no tengo duda, si dejo de abrir el puesto no me mata el virus, me tumba el hambre”, remata.
Muchas personas prefieren comprar las yerbas a granel. Otras más buscan las bolsas cerradas que entregan diversos proveedores con presencia nacional. En lo locales encontramos más de 80 especies de plantas y hierbas: “todos los males se arreglan con ellas, solo necesitas saber cuál usar”, me comenta otro marchante que “aprendió el oficio de la herbolaria a través de los años, solo pegándome con mi madre quien me enseñó lo que hoy sé, y así yo lo enseñaré a mis hijos”, se escucha decir orgulloso.
Esa respuesta es muy común entre los yerberos, solo el tiempo te permite conocer para qué sirve cada planta, cuáles son sus bendiciones y cómo debes consumirlas. Es importante conocer el negocio para acabar con la mala fama que se ha construido en torno a ellos por las prácticas de charlatanería que inundan el oficio de yerbero. No se trata solo de vender, “debes conocer las propiedades medicinales de las plantas, su manejo y cuidado”.
Los compradores no dejan de llegar. A pesar del botón rojo por la pandemia son ríos de gente que se agolpan en los mercados buscando de todo. En las yerberías piden ortiga para la artritis y evitar la caída de cabello. Semillas de zaragatona para la colitis y el intestino lento. Maguey para las úlceras. Caléndula para la gastritis. Árnica para los golpes. Quienes realizan limpias en sus casas compran ramas de pirul, albaca y romero. Toloache para ulceras varicosas y cicatrización. Ajo macho que no tiene dientes para atraer el dinero, “se pone en la bolsa y con eso es suficiente”. El ajo japonés se traga como pastilla para aliviar problemas respiratorios. La carne seca de víbora se ofrece para para purificar la sangre y aliviar el cáncer. Tira caño para el estreñimiento, “solo dígame qué tan potente lo quiere”, me pregunta quien lo prepara minutos antes de vendérmelo. Además de yerbas se ofrecen cápsulas, jabones, aceites, veladoras, geles, amuletos, incienso, copal y todos los menjurjes que podamos necesitar para bajar de peso, levantar un negocio, sanar de espanto, llevar el noviazgo al matrimonio, hacer amarres amorosos, o quitarnos el mal de ojo.
“Sin que le cuentes nada, ella te lo dice todo”, esa frase es la mayor recomendación para pasar con la original güera a que me lea las cartas españolas. Doscientos pesos es el costo por veinte minutos de sesión. Me pide que barajé tres veces. Coloca las barajas sobre mi mano derecha y me pregunta qué quiero saber o si prefiero recibir “lo que salga”. Decido aceptar lo que venga. Con el mazo completo sobre mi mano me pide que repita: “Por mí, por mi familia y por lo que quiero saber”. Reparte las barajas en tres ocasiones, en las tres veces dominan los bastos y las espadas como muestra clara de obstáculos que debo vencer. El caballero y las copas salen de cabeza, lo que reafirma lo complicado del panorama. Nuevamente revuelvo las barajas en tres ocasiones y entrego siete cartas al azar, frente a mí las destapa una por una para confirmar los bastos y las espadas que me acompañaron en la lectura.
“Baila este ritmo con la pura sabrosura/muévete negra que esto sí es candela pura. Baila como Juana la cubana, un paso pa' delante y un paso para atrás, pero con ganas”, se escucha cantar a un hombre de algunos cincuenta años al final de las escaleras eléctricas del mercado Corona, reconstruido e inaugurado en 2016 luego del incendio de 2014 que dio cuenta de él. El nombre del mercado es en honor al gobernador Ramón Corona quien inició su construcción en 1888. Luego de pasar frente al entusiasta profesional de la cantada, aparecen ante nosotros unas dos docenas de locales que venden de todo para todos los males, varios de ellos les dan la bienvenida a todas las tarjetas de crédito.
Las limpias cuestan doscientos pesos, “le ponemos esprait y esencias para que se vaya bien limpio. Conmigo sana todo, el cuerpo y el alma. Ahuyento los males de amor, trabajo enfermedades y amistades”. Es la seguridad de quien garantiza su trabajo, pues si no se obtiene el resultado deseado regresa el dinero pagado. “Yo no me aprovecho de la desesperación e ignorancia de la gente, yo hago mi trabajo para ayudar a las personas”.
El trajín de quienes empacan yerbas para vender en todo el país, y quienes llegan a surtir sus pedidos de mayoreo al Corona, no se detiene, “apenas tenemos tiempo de echarnos un taco”, comenta un apurado sexagenario rodeado de cajas que debe llenar con pequeñas bolsas de tés.
“No basta con mirar y preguntar, hay que tener fe en las plantas, las cartas, el tarot y en todo lo que te ofrecemos. Pierde el miedo y confía. De aquí saldrás curado”, sentencia con certeza, la mujer que está a punto de echarme la suerte encomendándome a los cuatro palos de la baraja.

* Profesor-investigador del Depto. de Relaciones Internacionales, región occidente. Tec de Monterrey. @contodoytriques




¡Salud! Las cantinas de Guadalajara





“Al otro lado del puente de La Piedad, Michoacán, vivía Gilberto el valiente nacido en Apatzingán, siempre con un perro negro que era su noble guardián.” Hasta la banqueta se escucha la letra de José Alfredo Jiménez entonada por un mariachi de mujeres y hombres que por doscientos pesos complacen casi cualquier petición. Si el presupuesto no alcanza, aparece un cantante que por cincuenta pesos entona la melodía que le sea solicitada; y si el efectivo se reduce aún más, la rocola entra al quite, y por cinco pesos podemos disponer de dos canciones. Es la esquina de Alameda y Herrera y Cairo en el barrio El Retiro, a dos cuadras del parque Morelos, donde las puertas de vaivén, far west dirían nuestros vecinos del norte, de la cantina La Iberia, no dejan de abrirse al paso de los parroquianos.

Es difícil saber con certeza cuántas cantinas existen en el Área Metropolitana de Guadalajara. Muchas de ellas se localizan en el primer cuadro del municipio tapatío. Sin duda, La Iberia, El Mascusia, La Fuente, Los Famosos Equipales y La Martín son cinco de las cantinas más visitadas de Guadalajara. Es estéril discutir cuál es la mejor, cuál es la más tradicional, dónde sirven la botana más sabrosa y las bebidas más espirituosas, dónde hay mejor ambiente o tienen el servicio más amable. En todas ellas, con la “primera ronda” llegan las botanas, frente a los platillos se impone la máxima: en dietas se rompen gustos.

“¿Todo bien joven? ¿Qué más le traigo?” Me cuestiona un espigado cantinero detrás de la larga barra del Mascusia en la esquina que forman la avenida República y la calle Beatriz Hernández. La pregunta me sorprende mirando la futbolera y taurina decoración del lugar. Imágenes de equipos locales como el Atlas y las Chivas; el cartel de la Plaza de Toros de Sevilla, que anuncia un mano a mano entre Paco Camino y Manuel Benítez, el Cordobés, en una tarde que habrán disfrutado desde los tendidos y la barrera del coso sevillano. Fotos de “ilustres” visitantes, “todos son importantes, pero unos son más famosos”, me comenta el joven guardián de la larga barra con 15 lugares, mientras miro la foto de don Porfirio Díaz y un facsímil fechado en marzo de 1916 donde se avisa de los 5 mil dólares de recompensa que se ofrecen en Estados Unidos por la cabeza de Pancho Villa, y mil dólares más por cada una de las cabezas de Candelario Cervantes, Pablo López, Francisco Beltrán y Martín López; todo ello, como respuesta a la invasión del Centauro del Norte y su División de Norte a la ciudad de Columbus el 9 de marzo de 1916.

En el Mascusia la botana cambia por día. El martes es de caldo de médula, espinazo y carne en su jugo. Los miércoles caldo de camarón y mole con pollo. No puede faltar su famoso viril y las tortas de chicharrón prensado. “Aquí damos buena botana, en realidad es más comida que botana. Por eso todo el día llega la gente”. El lugar abre sus puertas de 8 de la mañana a una de la madrugada.

“Necesito traerle algo de botana, aunque sea unos cacahuates por el reglamento covid”, me dice el mesero de La Fuente. Es la primera vez que escucho esto en mi andar cantinero. En el resto de los establecimientos visitados apenas en dos me ofrecieron gel antibacterial y solo en La Fuente me tomaron la temperatura. Llegan cuatro mujeres con un hombre: ¿hay lugar?, el mesero contesta con seguridad: “Sí claro, acompáñenme ahorita les abro la sección cerrada”. El “reglamento covid” se relaja ante la llegada de más clientes.

Más tardó en llegar la botana y la cerveza clara, que los sonidos del saxofón en prender a los comensales, quienes sacaron sus mejores dotes musicales, que no son muchos, evidentemente, para acompañar al saxofonista. Ya dispuesta la botana y la bebida, mis ojos recorrieron la arquitectura de la casona, que aún guarda reminiscencias de lo que fue su arcada, asentada en la manzana donde se levanta el Palacio Legislativo. Sus amarillos muros se miran casi desprovistos de decoración, pocos cuadros de artistas locales, y la bicicleta abandonada en 1957 por un ferrocarrilero, así como su añeja caja registradora se mantienen como mudos testigos del sonar de los vasos y las botellas al momento de brindar mujeres y hombres burócratas que alimentan la jornada cantinera.

Algunas de las cantinas presumen sus bebidas emblemáticas. Sea la Yerbabuena del Mascusia preparada con vodka, o su sangría a base de tequila y la bebida rusa; sea la Nalga Alegre de Los Famosos Equipales, con ron, ginebra, vino tinto, Orange Crush y un toque de limón, y El Charly preparado con ron, ginebra, brandy, jarabe natural, tehuacán, cerveza y limón; sea la batanga de doña Chela en La Iberia, preparada con tequila, vodka, sal, lima, menta, un toque de aguardiente y Coca-Cola.

La noche comienza a llegar. Es hora de entrar a la Martín, una cantina que visito desde mi época doctoral. Aquí hay menos ruido, hoy no se miraron mujeres, puros hombres. “Tres bohemias a la tres”, se escucha la comanda al viento. “Ya lo pasado, pasado, no me interesa…” resuena el sentimiento desde la barra. “Pon seis de Javier Solís, ni modo que no me lleguen”, pide alguien frente a un tequila derecho recién servido. Silenciosamente se acerca el vendedor de bisutería, anillos y esclavas, me ofrece de todo a buen precio. Lo miro y respondo con la cabeza que no, le digo que será en otra ocasión. Yo mismo sé que no habrá esa “ocasión”. El vendedor se dirige a otra mesa y los dos comensales se prueban de todo. Al final se consuma la venta. De regreso a la barra con su cargamento de pedrería, me dice: “Ya vendí, ahora puedo beber”. “Dame un reposado con escuer”, le pide al cantinero. En seguida un parroquiano asoma sus piernas con shorts debajo de la puerta y el grito no se deja para después: “Las cañitas se venden en bolsita”.

“Cueritos medianos a la tres”, rápidamente las manos del mesero se introducen en dos vitroleros colocados al final de la barra con cueritos y patas de marrano en vinagre. Frente a mí se posan las quesadillas con salsa de chiles de árbol y pasilla. A esas horas de la jornada saben a gloria.

El recorrido etílico me lleva a la esquina de Juan Álvarez y Mariano de la Bárcena en la colonia Artesanos, en Los Famosos Equipales. Un lugar que conozco desde mis días universitarios. Sus meseros se acaban de jubilar, apenas a finales del año pasado varios seguían siendo los mismos que conocí hace varios lustros. Hoy, tres mujeres se hacen cargo del servicio en la cantina. La amabilidad no desaparece. La calidad de la botana tampoco: sus tacos dorados y tostadas de frijoles y su sopa de médula no pueden faltar. Los tequilas y mezcales siguen alegrando las almas de los visitantes. La pasión futbolera desborda por todas sus paredes, dominan las referencias al rebaño sagrado, “al equipo de México”, presume un vecino de equipal.

El mesero detrás de la barra del Mascusia se acerca y me pregunta si estoy escribiendo una tesis. Yo respondo sin pensar, apelando solo al corazón: «No, ya escribí tres tesis, con eso tuve”. En tanto el bolero comienza a trabajar al pie de la barra, y un parroquiano me afirma: “si no podemos salir sobrios, al menos salgamos limpios”.